Si
Damián hubiera sido abogado, hubiera ido a trabajar al bufete con su padre, que
era uno de los más reconocidos de la ciudad.
Antonio siempre confió que su hijo heredaría su vocación, pero Damián
colgó los libros y se decantó por la música.
El
día que le informó que quería ser músico, su padre lo miró estupefacto,
alegando que eso era una profesión de hambre; una vergüenza para su prestigio y
le retiró la palabra.
El
tiempo pasa y con un látigo va azotando sin compasión la memoria del
prestigioso abogado, dejando un vacío que sólo llena diariamente la atrayente
música de Damián que contempla con ternura como su padre se deleita con su
melodía.
Uf! La historia traspasa las líneas escritas y deja un sabor agridulce. Eso solo puede significar que es potente lo que se nos cuenta. El tiempo, implacable, dice siempre la última palabra pero, me quedo con la idea de que el arte –en cualquiera de sus manifestaciones– siempre nos salva y nos acerca.
ResponderEliminarLa música es maravillosa. La música amansa a las fieras. Muy bonita tu narrativa.
ResponderEliminarMªDolores.