Tommy llenaba mis paseos solitarios en los recreos escolares de mi infancia. En cada abrazo que le daba podía sentir su respiración y el latido de su corazón y en cada mirada que le dedicaba, percibía sus guiños de complicidad. Me hallaba tan enfrascado en mi mundo junto a Tommy, que el anhelo por jugar con otros niños en el que había estado sumido, se había desvanecido por completo.
Cierto día lo fui a buscar a su baúl y mi mirada se desgarró al no encontrarlo donde solía estar.
-¿Dónde estás? ¿Dónde estás? –me preguntaba sin descanso.
Salí
precipitadamente al recreo para buscarlo y allí estaba… Mi corazón de niño se aceleró, mi garganta tragó nudos…
y es que acababa de presenciar cómo su decapitada cabeza rodaba impulsada por
las patadas que recibía.
Aún recuerdo mi alarido de dolor y aquella
tristeza en la que me sumergí. Había perdido al único amigo que tenía, aquel
a quien me había aferrado con tanto
cariño. Aunque era inerte, para el niño
que fui, ese peluche había cobrado
vida propia, porque no sólo jugaba con él sino que le contaba mis secretos más íntimos.
Otro burrito, idéntico al anterior, ocupó
el baúl, pero mi entusiasmo se congeló en su aceptación, al descubrir que el
nuevo peluche no me brindaba guiño alguno.
Te damos la bienvenida al Taller y al Blog, Juan Carlos. Nos gusta tener entre nosotros otra voz masculina. Comienzas tu andadura en nuestras tardes de los jueves con un relato narrado en primera persona en la voz de un niño. Un suceso simple, sin trascendencia aparente pero que en la mente infantil cobra una dimensión enorme. Lo narras de tal forma que esto queda patente, lo cual significa que el tono usado es acertado. Muy bien.
ResponderEliminar