Como tantas tardes de
estío, paseaban y en sus paseos expresaban cuánto se necesitaban el uno al
otro.
Gracias a ti, yo libero
ese torrente de desolación que en ocasiones me embarga y que las palabras
renuncian a expresar. Gracias a ti, mis
queridos ojos, puedo liberar todo el desencanto, toda la amargura, vaciando de
pena mi interior, le confiaba el sentimiento.
Reconozco que son pocas
las ocasiones en que me permito la libertad, no creas, que soy bastante
prudente con mostrarme, pero cuando tú eres herido tan cruelmente, no hay quien
detenga el río de sal de estos ojos, que no
tienen ni saben otra forma de protegerte, les respondían al unísono como
uno solo.
Recuerdas, fueron otros
tiempos bonitos, en los que llorar…, llorar sí que sabían y tanto que sabían…
Mirar, lo que se dice mirar, aún saben, pero sobre todo…ver…, que es aún más
difícil. Juntos, desde hace mucho tiempo, navegamos por esos mares de
desconsuelo y soledad.
Ya, ya sé de qué me
hablas…, de miserias que ocultan amables sonrisas y que con el tiempo se
transforman en siniestras muecas, provocadoras de sentimientos y dolores
gratuitos. Insolentes porque creen ser
merecedoras de un vasallaje que otros le otorgan y en su cinismo manipulador
trasladan a otros que, absurdamente, les siguen el juego; ya por carecer de
criterio propio, ya porque carecen de lo que a ti y a mí nos sobra: Ojos para
mirar y sentimientos para expresar.
Singular conversación entre los ojos y los sentimientos, un tándem indivisible, porque los unos y los otros van unidos, para comunicarse, para entenderse, como ventana que mira hacia afuera y hacia adentro, en una suerte de juego de espejos; ya sabes, aquello de que los ojos, y no la cara, son el espejo del alma
ResponderEliminarSin ninguna duda . Es tu comentario de tan alta calidad que deja pequeño el relato.
ResponderEliminarConsentido como siempre generosa Isabel.