Como
todos los días, a la misma hora, Humberto se levanta, se ducha, desayuna su pan
con aceite, tomate y jamón y un café con leche.
Ni se plantea hacerse una tortilla, un zumo de naranja y mucho menos
tomar cereales, total hace años se sirve ese mismo desayuno, ¿para qué cambiar?
El
quiosco de la esquina tiene el periódico que año tras año, mes tras mes y día
tras día, acude a comprar y que tiene noticias que muchas veces ni lee pero, es
consecuente y Antonio siempre se lo tiene preparado, que lo conoce desde hace
años y que es testigo de la monotonía de vida de su vecino.
Humberto
paga y dobla el periódico bajo el brazo y, a la vez, se pregunta: ¿Es que no
soy capaz de cambiar de rutina, de hacer otra cosa? Ya me conozco hasta las arrugas y canas del
quiosquero. ¡Qué poca suerte he tenido
en esta vida! Ninguna oportunidad. ¡Es bastante frustrante!.
Y
en ese deplorable estado de ánimo, por fin llega a la oficina, allí donde está
el compañero que lo mira con aire de suficiencia, la chica de la que
secretamente está enamorado y el jefe que lo trata de forma tiránica.
Decide
olvidarse un poco de esta fauna, abriendo el periódico. Veré los anuncios, pensó, seguramente me
compraré un chalet con piscina o un BMW, el más moderno del mercado, masculló
con ironía.
Pero
sus ojos tropiezan con un aviso diferente que lo descoloca; su mirada triste y
apagada se llena de luz. Vaya, caviló, si yo me atreviese, si no fuera tan
pusilánime, lo intentaría. Pues, lo
contestaré, quizá tenga suerte esta vez .
Por intentarlo que no quede, concluyó. Sintió que sus piernas
flaqueaban. Un ligero mareo lo hizo
agarrarse de la silla, la frente se le inundó de sudor. Como pudo, llegó a la sala de descanso, al
reponerse, se miró en el espejo frente a la ventana. Inmediatamente cambió de postura, se enderezó,
arregló la chaqueta y la corbata y vio reflejado a un hombre todavía joven y
apuesto con aire de melancolía.
Yo puedo, se dijo, y no solo eso, ¡yo
debo intentarlo!. Basta de
lamentaciones, es ahora o nunca.
Al
regresar a la oficina, era otro hombre.
Hasta la chica lo miró con desconcierto, ella que jamás reparaba en
él. Humberto se metió, con decisión, en
el ordenador, firmó y mandó un mensaje.
A
la noche, en su piso solitario y entre penumbras, empezó a dudar. ¿Habré hecho bien o fue una insensatez de mi
parte?
Al
día siguiente, recibió la respuesta esperada: ¡¡admitido!!. No lo pensó dos veces, se levantó de su
asiento, dijo que iba a tomar un café y…hasta ahora, que hace un año del
incidente, no se supo más de él.
No se despidió de nadie, ¿para qué?, se
preguntó, nunca he sido importante, ni cuenta se dieron de que yo estaba
trabajando aquí.
Revisando
entre sus pertenencias, la policía encontró un recorte de periódico que decía:
“Se solicita joven soltero, buena presencia,
dispuesto a viajar inmediatamente al Crucero de Bailes de Salón y Ritmos
latinos, como acompañante de señoras adineradas de la tercera edad, buen
ambiente, clima ideal, sueldo espléndido y buen trato”
Esto si es un cambio en toda regla. Me encantó el giro final de la historia. No se me ocurre una razón más poderosa para decidir convertirse en otro.
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