Ahora si
es verdad que he metido la pata. No sé
por qué tengo que ser tan distraída y me da rabia ser la hermana mayor. Claro, por eso mi madre, siempre tan ocupada,
me ha mandado a mi a la panadería. Pero,
señor, si nos acabamos de mudar, es casi de noche y ahora no recuerdo el número
de la nueva cada. Qué fastidio, no sé si
tengo que agarrar para la izquierda o la derecha, Ave María, qué susto, creo
que me he perdido. Por lo menos, la
panadería la encontré y aquí tengo mi pancito divino y calentito pero la casa,
sabrá Dios. Le preguntaré a esta señora
que pasa con una niña y seguro me indicará; tiene cara de buena gente. Yo sólo recuerdo que la casa está pintada de
rosa y el número no estoy segura pero creo que empieza por 7. Córchole, vale y
por qué esta doña me mirará así, será porque me ve muy asustada y para
completar me dice que en esa calle no hay ningún número 7.
Dios
mío, dame una luz. Si estuviera aquí mi
maestra, me ayudaría. Creo que le caigo
bien. El otro día, cando me mandó a la
dirección con unas notas, seguro me puse colorada y ella me dijo: No tengas
miedo, el director no se come a nadie, deja a un lado la timidez, tú puedes
hacer más cosas de las que crees. De
solo pensar eso, estoy más calmada.
Respiro profundo, miro hacia arriba y veo a mi madre en su balcón
haciéndome señas. Aunque está un poco
lejos, estoy tan feliz que o la oigo o adivino que me está gritando.
-¿Qué?
¿Te has perdido, verdad?
-No, que
va, sólo conversaba con esta niña que es mi compañera de clase.
Excelente relato/monólogo en un difícil presente en proceso que tú has sabido resolver francamente bien. Verosímil además, esa voz adolescente desde la que se nos cuenta. Muy bien, Alicia
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