Han pasado años y, a pesar de ellos, aún se ha incrementado
más la ausencia de comunicación entre Josefa y su hijo.
-Samuel, quiero hablar contigo algo importante –dijo Josefa
con contudencia
Samuel ni se inmutó, como si no fuera con él.
-Que sí maa, que voy a botar la basura –contestó con desgana.
A Josefa le invadió una repentina cólera y rápidamente
objetó.
-¿Qué dices de basura? ¿Te das cuenta que ni siquiera tienes
la gentileza de escucharme.
Samuel continuaba sumergido en teclear su móvil con una
rapidez sorprendente, a la vez que sonreía con su conversación particular,
repitiendo como si no hubiera escuchado nada.
-No te enrolles, vieja, que ya voy –expresó vagamente Samuel.
Josefa le lanzó una mirada inquisitiva, dándole un manotazo
al móvil que rodó por el suelo.
-De vieja, nada, que soy tu madre y me respetas –le espetó
Josefá con la expresión de su rostro transformada por la rabia.
Samuel, que no se esperaba esa reacción, quedó paralizado y
confundido y quiso indagar con ironía.
-¿Qué tienes hoy ma, una sobredosis de café o de redbull?
La acerada mirada que Josefa le dedicó, parecía relatar años
de rabia y rencor contenidos.
-Quiero que tú me expliques, cómo hacer para hablar contigo
para mantener una conversación sensata, mirándome a los ojos, como hace la
gente civilizada, porque ya hace un tiempo que no sé qué es eso, por si no te
has dado cuenta. Desde que tienes esa
Blackberry hablas con el que se encuentra en China, Uruguay o en la
Conchinchina, como un mismo tonto, todo el día tecleando y riendo como bobo y
conmigo, ni con nadie, mantienes una conversación coherente. Si te parece, yo
tendré que comprarme un chisme de esos para poder hablar contigo –parecía que
Josefa no podía parar de hablar.
Samuel la observaba con incredulidad.
-¿Qué te pasa hoy, mamá? ¡Me tienes sorprendido! –exclamó atónito.
-No me pasa nada, sólo que estoy cansada de verte sin dar
palo al agua, con ese teléfono en las manos todo el día, tecleando como si
fueras al presidente de una multinacional, que duermes, te bañas y comes con él
en la mano y yo, que estoy a tu lado, que me desvivo por ti, me siento
invisible porque conmigo no hablas ni para darme los buenos días. Claro, estás ocupado hablando con los que
están en el resto del mundo. Tú eres,
como dice el dicho, luz para la calle y oscuridad para la casa.
Josefa se dio la media vuelta y se largó, dejándole toda la
angustia de la que ella se desprendió, haciéndole vivir en la incertidumbre el
resto del día.