Han pasado
los años y, a pesar de ello, ella aún se acuerda de aquel momento en el que él
vino a despedirse, con una claridad total, como si solo hicieran horas de
aquello.
-Vengo a
despedirme –le dijo Diego.
-No sabía
que te ibas –contestó ella.
-Sí, me voy
con mis padres y mi familia –le confirmó.
-¿Te vas por
mucho tiempo? –le preguntó, muy triste, Carolina.
-Sí, me voy
para siempre –le dijo él.
Carolina
apenas podía contener las lágrimas. Para
ella era una desagradable sorpresa.
-No sabía
que tus padres se marchaban –insistió ella buscando una explicación.
-Sí, se van
al pueblo porque compraron una finca y la van a cultivar.
Diego le
ocultó que ya se había enrolado en las filas del ejército, para ir a la guerra
y Carolina pensó que mejor no le decía que estaba esperando un hijo de él.
-Espero que
me escribas –le suplicó ella
-Te
escribiré y recordaré todos los días de mi vida
Y se
marchó. Ambos se habían quedado en
compañía de sus secretos.
El sabor de las despedidas definitivas es amargo. Queda patente en tu relato.
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