Aunque sabía que no lo conseguiría, estaba intentando dormir. Dormir para no pensar en las heridas del cuerpo y de la mente que me había dejado el miedo, ese miedo que te calienta la cabeza con problemas y preocupaciones; que te hace pasar las noches en velas y las mañanas se iluminan sin pegar ojo…
Una tarde, estaba frente al inmenso mar y con la mirada puesta en el horizonte, intentando encontrar una solución a la situación dramática en la que estaba inmersa. Cerré los ojos con el fin de oxigenar mi mente y hacerla descansar, cuando oí una suave melodía que provenía de las olas y que me decía que ningún momento es tan terrible como para claudicar; que hay que ser más poderoso que el mayor de los obstáculos. Percibí como mi cuerpo, mi mente y mi corazón se sintieron acariciados por aquella melodía. Esa fue la tarde en que cantaron los ecos de la esperanza.
A mitad de camino entre el relato y la reflexión, este escrito destila esperanza, optimismo; agua fresca en estos días donde parece acampar sin tregua lo negativo.
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