EL VIENTO EN SUS VELAS
de
Roberto Escarvajal
Fue una mujer especial, enigmática...;
cariñosa sin excesos; aunque siempre nos sentimos arropados por ella. Recuerdo
su sonrisa, triste sonrisa, colgada de unos ojos tristes, húmedos, que
anhelaban lo que sus labios callaban. Tras el cristal, se quedaban perdidos en
el tiempo, en su tiempo...: barrera impenetrable que no permitía franquear.
Única; nacida en una acomodada familia
de Santander, jamás hubieran imaginado
sus padres que aquella niña, dulce y obediente, iba a causar la mayor hecatombe
en su honorable familia desbaratando los planes de futuro que habían diseñado
para ella: su hija..., su heredera. Tal fue el escándalo y la vergüenza, que
decidieron marcharse a otro país y comenzar un nueva vida. Tenía dieciocho años
y se llamaba Constanza... Nunca más se habló de ello...
La joven fue obligada a casarse con un
muchacho al que siempre quiso, pero del que nunca se enamoró. Él la
amó durante cuarenta años, sin reserva, calladamente..., velando y protegiéndola,
sobre todo de sí misma, de su alma atormentada. Constanza lloró su muerte. Fue
un excelente compañero de vida. Aquello la sumió en un mutismo existencial, a
pesar de nuestros insistentes ruegos para que nos contara lo innombrable.
¿Porqué inquietante razón aquella espada de Damocles, que supuso tanta
ignominia, proyectaba tan alargada sombra...? Ante aquel temor, encontramos
siempre al silencio por respuesta; un silencio pesado, desconsolado, preñado de
amargo secreto.
Falleció unos años más tarde aunque,
mucho tiempo antes, su mente ya la había abandonado dejando tan solo un nombre
que repetía constantemente en sus labios...: Samara.
Hace unos meses, encontré en el doble
fondo de un cajón, un atado de cartas que trasminaban a jazmín, el perfume
preferido de Constanza. Hablaban de una historia de amor, de pasión
irrefrenable... A escondidas se amaron,
sucumbiendo en lo prohibido. Un fuego que les abrasó el alma, que les
hizo tocar el cielo y también descender a los infiernos. No lo pudieron evitar,
y aquel querer fue mancillado por maledicentes bocas sufriendo así el escarnio
que una sociedad pacata y cruel les impuso. Sus progenitores, imbuidos por
aquella cerril educación, no lo consintieron y se la llevaron lejos, muy
lejos... Pero, ¡ay...!, la desmembraron; le arrancaron un trozo de corazón. Fue
una mordida en el alma.
Hoy sé que Samara se asienta en
la estepa rusa, a orillas del río Volga. Sin embargo, para Constanza, que así
se llamaba mi madre, aquel era también un lugar anclado en el corazón: guarida
de su dolor, epicentro del tsunami que arrasó su vida. Ella jamás pudo olvidar
aquel amor; su único y verdadero amor. Porque, lo que la verdad esconde, es que
Samara tiene nombre de mujer...; nombre que se hizo carne y habitó para siempre
en ella; como un impulso vital, como el viento que sopla en sus velas...
Este año, el primer premio lleva título con carga poética: EL VIENTO EN SUS VELAS. El Jurado decidió concederle el primer PREMIO por muchas razones: por ser el más literario de los ocho relatos finalistas, porque en él está presente un muy buen uso del lenguaje; una prosa florida de abundantes figuras retóricas detrás de las que se adivina oficio de escritor. Abierta la plica supimos que EL VIENTO EN SUS VELAS, nuestro flamante primer premio, pertenece a ROBERTO ESCARVAJAL, de lo cual nos alegramos muchísimo por tratarse de nuestro querido Roberto, componente del Taller de Narrativa. Enhorabuena una vez más, campeón!!
ResponderEliminar¡Genial!un premio más que merecido... ¡¡¡Enhorabuena!!!
ResponderEliminar¡Genial!un premio más que merecido... ¡¡¡Enhorabuena!!!
ResponderEliminarPrecioso, escrito con alma, transmite el sentimiento mutilado generacional de Constanza. Toda una vida en pocas palabras pero precisas, valiosas y elegantes. Me ha encantado!, Felicidades!
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