Hola, María, ¿cómo amaneciste hoy? ¿No
te olvidaste de tomar tu pastilla, verdad? No creas, yo ya me estaba olvidando
de la mía. Pues verás, como tantas veces
me sucede, me he vuelto a acordar del día en que nos conocimos: el pueblo
estaba celebrando su verbena anual y no sé cómo, empezamos a conversar y
descubrimos que teníamos tantas cosas en común.
Habíamos nacido en pueblos cercanos, en el mismo año, nuestros padres ya
se conocían; como dirían los sabios: vidas paralelas. Allí decidimos que más que amigas, seríamos
hermanas.
Durante nuestras caminatas por el
pueblo, admirábamos con nuestros ojos ávidos de novedades, las bellezas de
aquel entorno: las flores silvestres bordeando las veredas nos fascinaban, las
sencillas campanillas, las tímidas violetas, las margaritas queriendo imitar al
sol y sobre todo, la fragancia embriagadora de la lavanda. María, si cierras
los ojos por un instante, todo esto volverá a manifestarse.
Fue en un mes de julio cuando le
regalaste un hibisco a mi hija, para que se lo pusiera en el pelo. Estaba guapa con su traje de llanera en el
acto de fin de curso. Yo, por mi parte,
le regalé a tu hermana pequeña una
orquídea cuando cumplió quince años. Ahora que voy desgranando estos
acontecimientos, pienso que las flores han sido muy importantes a lo largo de
nuestras vidas.
Si bien es cierto que fuimos unas
jovencitas soñadoras y algo atolondradas, nunca sentimos celos ni hubo
competencia entre nosotras, siempre nos apoyamos y nos alegramos de los logros
de cada una. Por eso, María, el día que
mandaron aquel precioso ramo de flores a tu casa, cuando yo estaba pasando en
ella una temporada, nos quedamos alarmadas, algo preocupadas e inseguras, con
el corazón acelerado. ¿Para quién sería?
¿A cuál de las dos iba dirigido?. No lo
sabíamos, no había tarjeta, estábamos intrigadas; era el primer ramo de flores
que recibíamos.
A los pocos segundos, que nos
parecieron años, sonó el timbre de la puerta.
–Disculpen, señoritas, ha habido un
error, el ramo es para el tercer piso y no para la planta baja–dijo el
repartidor.
De esta forma tan abrupta, se aclaró el
misterio. ¿Te acuerdas, amiga, como
después de digerido el chasco nos desternillamos de la risa? Estoy segura de que ahora mismo te estás
riendo, me encantaría que así fuera.
Nunca lo olvides, María, recordar es vivir.
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