Pero… aquello era ya agua pasada. Ahora,
se sentía totalmente recuperado para volver; aunque lo quería hacer paso a paso. Amaba tanto las palabras, descubrirlas,
hacerse dueño de ellas y ordenarlas a su
antojo, que estaba deseando plasmarlo en la hoja en blanco que tenía
delante. Cogió su pluma favorita y se
dispuso a empezar…
Después de media hora, el folio seguía
intacto y el tiempo pasaba. Se acercaba
la fecha de entrega. Tenía que
enfrentarse al miedo que sentía; el de volver a escribir y que otros lo
leyeran. Sería fiel a su género, el de
terror. Empezó…y no pudo parar hasta
terminar. Las palabras fluían con euforia
narrativa hasta convertirse en una prosa magistral.
Satisfecho, procedió a releer la breve
narración. El escritor se convertía en
lector, pero… su corazón se detuvo, sus manos temblaban, sus ojos lloraban, su
rostro sudaba…, sentía terror de sus propias críticas. Definitivamente, tendría que seguir con la
terapia.
La lucha, en soledad, del escritor frente a la hoja en blanco; la dificultad que conlleva sobrevivir al éxito, la amargura que trae consigo la sequía creativa: de todo esto y más nos habla este microrrelato que, sin estridencias, alejado de pretenciones fatuas, nos acerca al alma humana que, en definitiva, es lo que hacen los buenos escritores. Gracias, Ana. Merecido premio!!!
ResponderEliminarAna precioso relato ,cactaste muy bien el sentimiento de mescla de frustraccion y miedo despues de un fracaso. Felicidades.
ResponderEliminarFELICIDADES ANA EXTRAORDINARIO RELATO !!!
ResponderEliminarHas sabido reflejar con admirable sencillez, el vertigo que siente el escritor ante el vacío creativo. FELICIDADES. Roberto.
EliminarMerecido merecido premio. Me ha gustado de principio a fin.
ResponderEliminarEs uno de los grandes inconvenientes de escribir: que, para bien o para mal, uno siempre es subjetivo. un saludo
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